Los terratenientes colombianos, agrupados en FEDEGÁN y la SAC, han armado un terrible escándalo con motivo del decreto presidencial que estimula la realización de asambleas campesinas municipales, que contribuyan a promover y organizar el desarrollo de la Reforma Agraria Integral en Colombia.
Eso demuestra que su oferta de tierras al gobierno (dicen que venderían la mitad de sus haciendas a precio comercial, tal como lo ha planteado el actual gobierno) es un engaño no sólo para el Estado, sino para todos los colombianos, que hace más de 100 años vienen impulsando leyes a favor de la Reforma Agraria como la ley 200 de 1936 en la presidencia de López Pumarejo, la ley 135 de 1961 en
el gobierno de Lleras Camargo, y la ley 1 de 1968 durante la presidencia de Carlos Lleras Restrepo. Esta última ley reconoció la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), como la organización de los trabajadores rurales para el impulso de la Reforma Agraria. De manera que desde los gobiernos reformistas liberales se ha intentado que la tierra cumpla una función social, sirviendo de instrumentos para la producción agropecuaria de alimentos y bienes que el hombre necesita para su vida y su bienestar, y deje de ser factor de poder y dominio, con muy poca movilidad comercial como en la sociedad feudal. Pero los terratenientes y la derecha más radical, mantienen esa visión enfeudada del suelo, y frenan el desarrollo de las fuerzas productivas y la tecnificación agropecuaria, impidiendo que desde el campo se provean las materias primas para la industria de alimentos, de confecciones y en general de servicios que demanda la sociedad. Esas reformas agrarias que en Europa se hicieron en el siglo XIX y en Asia en el siglo XX, intentamos hacerlas en Colombia con inmenso retraso en el siglo XXI, con una gran resistencia tanto de los latifundistas como de la derecha premoderna y obstruccionista de cualquier cambio.
Una reforma progresista, sólo tiene eficaz realización, cuando las fuerzas económicas y sociales interesadas en ese cambio se organizan adecuadamente y se movilizan en torno a su realización. El movimiento campesino colombiano, que, a finales del Frente Nacional, tuvo un gran auge organizativo y un gran desarrollo de las tomas de tierra, las marchas y los foros y encuentros por la reforma agraria, vive en estos días una gran desorganización y desmovilización. La ANUC ha perdido buena parte de su fuerza gremial y movilizadora de los años de su creación en la que contribuyó tan positivamente el Estado y las corrientes del liberalismo progresista. Eso lo conoce muy bien nuestro actual presidente. quien sabe que, de la unidad y fuerza campesina, depende la posibilidad de los avances en la Reforma Agraria que ha propuesto.