Miércoles, 13 Septiembre 2023 11:00

MEMORIAS DE MIS COSAS INSIGNIFICANTES.

Escrito por BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ
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Benhur Sánchez Suarez Benhur Sánchez Suarez

Los enanos azules

Un día se me ocurrió imaginar que debajo de nuestra estatura discurría un mundo de seres maravillosos que yo debía descubrir e investigar para beneficio de la humanidad.

Una acequia, por donde discurría el agua que sobraba del estanque que abastecía la casa, era mi escenario para investigar y explorar la existencia de esos seres imaginarios que se agolpaban en mi mente.

A su sombra comencé a crear la historieta de los seres diminutos, con su pequeña ciudad de casas blancas y un intrincado laberinto de caminos. Pero cuando supe por Teófilo Carvajal, en su clase de literatura universal, que el escritor irlandés Jonathan Swift había publicado en 1726 “Los viajes de Gulliver”, donde los liliputienses formaban un mundo parecido al que yo había creado en mi imaginación, se me derrumbó la ilusión de ser ese pequeño dios que inventa historias y crea personajes.

Y tú habrás visto ya la película, me imagino.

Me dio rabia descubrirme ignorante al saber que Swift se me había adelantado doscientos treinta años en ese descubrimiento. Entonces, por despecho, me olvidé del deseo de escribir esas vidas y dibujar esos cuerpos y diseñar ese pueblo de casas de bahareque, buhardillas llenas de luz, cielo azul y naranjales en flor.

En época más reciente, aparecieron en la pantalla unos seres azules, pequeñitos, y ellos acabaron por desterrar de mi sueño, si acaso quedaba algún indicio, ese mundo paralelo que había buscado en los recovecos del huerto por donde discurría la acequia, había matas de plátano, naranjos, guayabos y muchas flores que Laura cultivaba para alegrar el paisaje de la casa. Ese era el universo de colores que imaginaba como la puerta de entrada al reino mágico de los seres diminutos.

A los Pitufos los creó el dibujante belga Peyo, cuando hizo las ilustraciones de su cuento “La flauta de los seis pitufos”, en 1958, que causaron gran impacto. Tenía yo doce años por entonces.

Pero la acequia ya no existe, como no existe la casa paterna ni Laboyos, y a mis seres diminutos los olvidé, como mi leyenda de los príncipes, cuando colgué la inocencia para enfrentar la vida y con Serafín, Laura y René hicimos el tortuoso camino de la llanura y las montañas hasta cruzar el páramo de Sumapaz y radicarnos por fin en Bogotá.

En la capital fue donde leí de verdad a Swift y años más tarde coparon la noche de mi casa los episodios de la historia de los gnomos azules creados por Peyo, el belga animador, y mis hijos vibraron conmigo con las aventuras de Papá Pitufo, Pitufina y Gárgamel. Ellos no entendían el porqué de mi nostalgia cuando nos reuníamos a ver los episodios de esos seres diminutos que hubieran podido ser la historieta de mi vida.

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