Matar y desmembrar el cuerpo como práctica irracional. Durante la violencia bipartidista no había psicólogos en Huila, psiquiatras sí que menos. Las autoridades sanitarias debieron sacrificar perros callejeros para controlar tanta rabia.
OLMEDO POLANCO, profesor Universidad Surcolombiana
No hay ‘un alma’ en la residencia identificada con la placa 1D-45 de la calle 54, del barrio Cándido Leguízamo en Neiva. Las puertas principales y las ventanas permanecen cerradas. Los marcos y sus barrotes están pintados de negro mate y adornados con moños de color dorado. El reflejo de los vidrios no permite asomarse hacia el interior. En el antejardín, tres macetas de barro cocido albergan las plantas ya marchitas. Una sábila resiste las inclemencias del tiempo. En el borde del andén, un árbol recién talado ha sobrevivido a los machetazos. Apenas le dejaron una rama como sombrío. Un olor ácido provenía de los excrementos aguados y apestosos depositados por un perro callejero.
Según el diario LA NACIÓN, en su edición del 15 de julio de 2023, en el lugar fue ultimado a sangre fría Luis Eduardo González. El periódico afirma que era miembro de la comunidad LGBTIQ+. “Su victimario utilizó un arma cortopunzante para descuartizarlo y posteriormente intentó borrar las evidencias quemando sus extremidades. Los restos de esta persona fueron abandonados en el asentamiento Álvaro Uribe Vélez, donde un perro halló una de sus partes poniendo en alerta a la comunidad”.
Una vecina del lugar me dijo desde su ventana: “Allí mataron brutalmente a ese muchacho, hace como un mes. Yo no sé nada, porque aquí llegué hace poquito”. Dicho lo anterior, se internó nuevamente en la cocina. Debía suspender la pitadera de la olla a presión y servir el almuerzo a su hijo colegial. Hacía un calor infernal de medio día en Neiva.
Matar, rematar y contramatar
El periódico asegura que los allegados de Luis Eduardo se asomaron por la ventana y notaron que “…nada andaba bien, había rastros de sangre por diferentes partes de la sala por lo que informaron de inmediato a las autoridades”. Llamó la atención de la Policía -dice el medio periodístico- que había, al parecer, unas sábanas en la alberca, un machete y un martillo, también untados de sangre. “No pasaron muchas horas cuando sobre las 8:30 de la noche de ese mismo día, en un hecho aislado, se alertó sobre el hallazgo de unos restos óseos…”, afirma LA NACIÓN, al tiempo que ubicó el macabro hallazgo en una zona boscosa de la Comuna 10 de Neiva.
María Victoria Uribe, antropóloga de la Universidad de los Andes y estudiosa en el Centro de Investigación y Educación Popular -CINEP-, refiere las mutilaciones en cuanto una ruptura real y simbólica del cuerpo. Las considera como “…técnicas de desmembramiento y mutilación llevadas a cabo en la fase final de las masacres, el cuerpo humano fue sometido a una serie de transformaciones, las cuales se efectuaban con instrumentos cortopunzantes como cuchillos, puñales y machetes” (Matar, rematar y contramatar. Las Masacres de la Violencia en el Tolima 1948-1964. Pág. 173. Controversia. Bogotá, diciembre de 1990).
La investigación de María Victoria dedica el capítulo III del libro a las masacres en sí mismas. Analiza “…el sistema campesino de clasificación corporal que se refleja en las masacres y el simbolismo corporal expresado en las mutilaciones y en la consiguiente manipulación del cadáver” (Pág. 15). El “corte de florero” hizo parte de las acciones violentas en aquellos años de pasiones bipartidistas desbordadas, especialmente en zonas rurales de Colombia. “Los brazos ocasionalmente se cortaban y se relocalizaban dentro del tronco, junto con las piernas (…) el cuerpo sufría una profunda transformación que afectaba la cabeza, el tronco y las extremidades. Las manos se cortaban y se suprimían o se utilizaban para contar el número de muertos” (Pág. 175).
Fernán González -investigador en CINEP- concluye que los hechos violentos indagados por la antropóloga María Victoria Uribe, “…implicaban una particular noción de la alteridad, de la realidad del otro, manifestado en sus imágenes. Afirma que: “El otro, el enemigo, era una entidad física separada y diferenciada, mas no alguien definitivamente distinto a ellos mismos, debido a que en el otro se proyectaban atributos propios. El otro era, en buena parte, una proyección de lo negativo propio; la propia identidad y la alteridad…” (Pág.24)
La tragedia en Peñas Blancas
La niña Úrsula Quintero Dussán (10 años de edad) fue asesinada el 3 de noviembre de 1962, junto a 26 personas más, en la masacre de Peñas Blancas. La mataron de un balazo que ingresó por detrás de su oreja izquierda y destrozó su cerebro. No presentaba orificio de salida. Según los peritos médicos, la menor presentaba profusión de masa encefálica por su ojo derecho. El cuerpo yerto no fue examinado en El Espino, sector de Los Filos en Peñas Blancas. Parecería que no se cumplieron los protocolos forenses para garantizar un trabajo científico riguroso. Difícil así incorporar indicios y huellas en la investigación. (Olmedo Polanco. La Nación. Masacre en Peñas Blancas: el cuerpo no olvida cuando la mente tiene cicatrices. Neiva, 12 de noviembre de 2022).

Perros sin control contra la salud pública
Las autoridades sanitarias en Huila se vieron forzadas a sacrificar 1.117 perros callejeros en el año 1969. El informe no indica cómo eliminaron a los animales. En asuntos de zoonosis, la rabia era la enfermedad viral que más interesaba en salud pública, dado el incremento que había tomado en el departamento. “…se hace necesario una campaña más eficiente para cubrir lo programado en 1970”, advirtió el Servicio de Salud del Huila. (Ministerio de Salud pública. Servicio de Salud del Huila. Plan de salud para 1970. Imprenta Departamental, 1969. Pág. 95). La infraestructura sanitaria propuso, en el corto plazo, proteger a la comunidad de tan “grave flagelo” y motivar la vacunación de perros y gatos. Además, “Investigar los reservorios, murciélagos y zorros (en zona rural) y número de perros callejeros como eslabones en la cadena de transmisión de la rabia” (pág. 95 ).
El Servicio de Salud del Huila había incrementado el número de cerebros de perros enviados al Centro de Diagnóstico I.C.A. de Neiva y al Instituto Nacional de Salud de Bogotá. De 34 muestras que remitió en 1968, pasó a 75 en 1969. Había aumentado el número de personas que acudían a consulta por mordeduras de perros, ante las oficinas del Distrito de Salud de Neiva y de Medicina Veterinaria del Servicio Seccional de Salud del Huila. Los casos de contagios pasaron de 29 a 68, con aumento del 134%, según las autoridades sanitarias que analizaron las cifras entre 1968 y 1969.
De igual manera, sumaron los tratamientos antirrábicos en humanos, entre 1968 y 1969. La población, a pesar de las campañas de vacunación, no cambiaba sus conductas con relación a la convivencia con perros en casa o callejeros. En Huila, los tratamientos antirrábicos en humanos se ampliaron en 136%. De 558 pacientes atendidos en 1968, en 1969 hubo 1.220 reportes de la enfermedad.
Meterle diente al asunto
De acuerdo con el Plan de salud para 1970, las autoridades sugerían: crear el Fondo Rotatorio de Rabia en Huila y que funcionara en la oficina de Medicina Veterinaria del Servicio Seccional de Salud, controlado por la Auditoría o Pagaduría. Además, la construcción de un local adecuado para la vacunación de perros y una nevera para refrigerar las vacunas. Finalmente, la construcción de perreras para la observación de los animales mordidos por otros “rabiosos y los sospechosos” (pág. 95).
La zona norte del Huila registraba la mayor población de perros. Estaba integrada por los municipios de Neiva, Aipe, Algeciras, Baraya, Colombia, Campoalegre, Hobo, Palermo, Rivera, Santa María, Tello, Teruel, Villavieja y Yaguará. En 1970, la población en esta subregión era de 143.406 habitantes en las zonas urbanas y 97.441 en los territorios rurales. Las autoridades calculaban un perro por cada 10 habitantes en las zonas urbanas y un can por cada cinco habitantes en zonas campesinas.
Salud mental en Huila
Ninguna mención a la salud mental de la población huilense aparece en el Plan de salud para el año 1970. Es más, entre los profesionales que prestaban servicios en la región no hay registros de psicólogos ni de psiquiatras. En Huila había médicos, médicos veterinarios, odontólogos, enfermeras y auxiliares de enfermería. Ningún profesional en salud mental.
La investigación académica de la antropóloga María Victoria Uribe propone “…seguir analizando los hechos violentos para entender y poder buscar soluciones adecuadas a los conflictos”. Sobre todo, porque la concepción del otro como sujeto, reaparece en los hechos violentos actuales y en el “ambiente de intolerancia maniquea que los enmarca”. En la línea de investigación sobre la violencia bipartidista, dice el profesor Fernán González, “…la importancia de ir más allá de lo patológico y macabro de las masacres, para preguntarse sobre el encuadre cultural y político que las rodeó” (Matar, rematar y contramatar. Las Masacres de la Violencia en el Tolima 1948-1964. Pág. 25. Controversia. Bogotá, diciembre de 1990)
En la calle sentía que me observaban, a través de las ventanas, las personas que tenían miedo de hablar sobre la muerte trágica de hace un mes en Cándido. Del lugar me alejé cuidadosamente para no pisar los rastros digestivos del perro ‘criado a la diabla’. No siempre pisar mierda trae buena suerte.